Había
brotado, en medio del huerto, un imponente piano de cola. El día después, por
la puerta de la cancela, apareció la pianista, arrastrando sus pasos. Se encaminó
hacia el piano, se sentó y empezó a tocar. Su cuerpo se impregnó entonces de un
vigor triste. Y cada nota fue guiada por una especie de pulsión agónica. La
melodía sobrecogió el aire y convocó a los vecinos, que acudieron estremecidos.
Cuando acabó su actuación, la pianista cayó exánime. La enterraron allí mismo.
Al día siguiente, el piano desapareció. La tierra expulsó en su lugar un niño
de aire lánguido que arrastró sus pasos hacia la puerta de la cancela.